Los transgénicos son seres vivos manipulados genéticamente en el laboratorio para incorporarles una secuencia de ADN (ácido desoxirribonucleíco) o molécula encargada de la herencia de una especie distinta, con el fin de transmitir características deseables de una a otra. Por ejemplo, un gen (secuencia de ADN que codifica para una característica) de una bacteria (como la resistencia a insectos) introducido en una planta. La mayor parte de los cultivos transgénicos (soya, maíz, arroz y algodón entre los más frecuentes) son desarrollados para ser resistentes en contra del herbicida glifosato y también en contra de plagas particulares. El argumento principal para utilizar los transgénicos es poder producir en una manera cada vez más intensa en monocultivos que hipotéticamente requieren menos mano de obra, controlando el proceso productivo a través de eliminar todas las otras plantas, insectos, hongos y microorganismos. Se aplica el herbicida glifosato y la idea es que muera toda la llamada “maleza” y así no hay que preocuparse de que “roban” nutrientes de la planta principal, sin tomar en cuenta cuestiones con sobreuso de agua y destrucción de biodiversidad.
Cuando ya se ha cambiado el ADN de la planta el próximo paso es patentarlo, un gen patentado será, durante las próximas décadas, propiedad de la empresa, aunque se encuentre en una cosecha donde el campesino no ha sembrado las semillas patentadas. Como en el caso del maíz, de polinización abierta, donde los genes se mezclan con cualquier otro maíz dentro de un radio de kilómetros.
Resulta que todos los transgénicos son organismos genéticamente modificados (OGM), pero no todos los OGM son transgénicos. Cuando en un transgénico se transfiere el gen, ahora existen generaciones de OGM donde se puede entrar en el gen y cambiarlo directamente con la llamada edición genética. Es decir que los OGM son un nombre genérico que incluye a los transgénicos y a otros organismos, sin importar la técnica de biología molecular y origen de la porción de ADN que se modificó.
Por otro lado, las semillas genéticamente modificadas (y por ende las transgénicas) difieren de los híbridos porque los segundos son resultado de la selección de los vástagos de plantas con características deseables (por ejemplo, el gran tamaño del fruto), pero esta selección de genes son los que aparecen naturalmente en las poblaciones de las plantas y no se importan de organismos de otras especies como sucede con los transgénicos. Cabe mencionar que tanto las semillas transgénicas como las híbridas están patentadas por compañías transnacionales, sólo que las transgénicas además de los problemas de propiedad intelectual implican más desventajas ambientales y a la salud que las híbridas.
La biotecnología moderna
Las semillas transgénicas son producto de la aplicación de los desarrollos de la biotecnología moderna, cuyas bases se sentaron a mediados del siglo XX, con los descubrimientos de la biología molecular respecto a la estructura molecular del ADN. Durante la segunda mitad del siglo XX se desarrollaron otras técnicas de ingeniería genética para la manipulación del material genético de los organismos vivos, alejándose cada vez más de la biotecnología tradicional ejecutada por las comunidades campesinas desde los orígenes de la agricultura en el Neolítico.
En ese sentido, mientras la biotecnología tradicional respeta los procesos que se presentan en la naturaleza, la biotecnología moderna hace intervenciones tecnológicas que no sucederían de forma natural. Esto detona la problematización sobre sus efectos, con base en la incertidumbre que provoca, entre otros aspectos, el rompimiento del postulado básico de la evolución: la diferenciación genética de las especies, que plantea su existencia en virtud de sus barreras reproductivas.
En las últimas décadas, con el desarrollo de las tecnociencias y su convergencia, la biotecnología moderna ha planteado nuevas formas de modificación del genoma a través de la edición genética, que la industria que la desarrolla y aplica la presenta como más precisa, pero sobre la cual no se ha demostrado la forma de controlar sus efectos secundarios.
Libertad Castro-Colina